Para llegar al punto convenido
voy en metro y llego a la estación Sol,
donde tomo la primera línea que se inauguró,
desde la Puerta el Sol hasta Cuatro Caminos.

Me bajo en Atocha, el punto de reunión,
antiguo campo de esparto,
esto es, un antiguo atochar,
palabra hispano-árabe,
que da nombre al lugar

Salgo a la plaza de Carlos V,
donde tiempo ha, hubo una atracción,
a cuyo dueño le dieron por muerto, pero estaba vivo.
La gente incrédula, quería ver a aquel señor
y desde entonces, el carrusel del “tío vivo”,
bajo ese nombre se le denominó.

Viendo a los grajos volar bajo
el frio me invade por doquier
y a lo largo del paseo, a mi casa calentita
me dan ganas de volver.

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Frente a nosotros la colosal estación,
con su estructura de hierro
construida por Alberto Palacios,
que de Eyffel era discípulo.
Presidida por el escudo de España
con corona almenada
sobre un gran reloj
de época republicana.

De aquí partió el primer tren español,
el de la fresa, el de Aranjuez.
En una de las salidas, dos cabezas de niñas,
una mantiene los ojos abiertos,
la otra los tiene cerrados.
Antonio López las creó.

Admiramos desde lejos el ministerio de Agricultura,
que antes fue de Fomento.
Rematado por sus dos gigantescas figuras,
que fueron de mármol de Carrara,
pero por su gran peso, a la tierra se les han bajado.
De hacer copias en bronce hueco,
el escultor Ávalos se ha encargado.

Muy cerca la cuesta de Moyano,
en broncínea estatua representado,
largo tiempo guardada, o mejor secuestrada.
Su ley de Instrucción Pública, sobre la enseñanza,
afortunadamente muchos años nos ha durado.

Mientras vamos al Paseo de las Delicias,
recordamos el antiguo paso elevado
el “escalextrix” de Arias Navarro,
mas tarde por el Viejo Profesor, retirado.

También despareció la fuente de la alcachofa,
hoy trasladada al Retiro,
pero eso es otra historia.

De camino, pasamos por la calle
de una santa que no fue santa,
Santa María de la Cabeza,
la mujer de San Isidro,
según nos dicen inventada,
jaleada por la familia Vargas,
y por Lope de Vega y otros aireada.

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Al fin llegamos al Museo del Ferrocarril,
en la antigua estación de las Delicias,
donde nos muestran las diversas locomotoras
con todo lujo de detalles
y unas maquetas maravillosas,
envidia de niños y mayores.

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Terminamos en el cómodo Talgo,
el tren de Alejandro Goicoechea,
confortablemente sentados,
mientras entramos en calor,
nos muestran su técnica y su historia.

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Yo les recuerdo que los travesaños
de casi toda España son de Jaén,
de la Sierra del Segura, antes fueron los barcos,
por eso quedó casi desertizada con los años.

Realmente ha sido una delicia
estar con médicos, enfermeras y auxiliares,
todos compañeros de trabajo,
ahora reunidos en estos paseos mensuales.
¡Feliz Navidad y parabienes en el Nuevo Año!

Madrid 19-diciembre-2018
José de la Rosa Caballero