Andar-Madrid-2017-05-31

Esta vez, iniciamos nuestro instructivo itinerario en la Plaza de Platerías Martínez donde se encontraba uno de los edificios que formaban parte del programa urbanístico del Salón del Prado y cuya obra se proyectó y ejecutó en parte en el reinado de Carlos III, con proyectos de José de Hermosilla (1775-1782), y de estilo neoclasicista que llevaron a la práctica Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva y Sabatini. En medio de este privilegiado escenario se emplazó este magnífico edificio destinado a La Real Escuela de Platerías y Máquinas.

El diseño de este edificio se atribuye a varios autores aunque en uno de los proyectos se asegura la autoría de la fachada a Francisco Ribas, bajo aprobación de Juan de Villanueva.

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El oscense Antonio Martínez que se formó en Zaragoza con los hermanos Bayeu y posiblemente también con Goya, abandonó la pintura y el dibujo para dedicarse a la orfebrería y bajo la tutela del rey, viajó a Francia y a Inglaterra aprendiendo el oficio con grandes orfebres de estos países siendo designado a su regreso a España, para dirigir la escuela de artesanos de este oficio e instalar su propio taller.

Poco tiempo pudo enseñar todos sus conocimientos a los alumnos de esta escuela ya que en 1798 falleció. Distintos miembros de su familia siguieron al frente de esta escuela hasta que al final del reinado de Isabel II, desapareció por la falta de atención que en esos años el Estado ya no prestaba a la educación ilustrada.

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En 1838 en este mismo edificio se instaló el famoso “Diorama” que proviene de las palabras griegas: día, luz y visión, siendo el triunfo del arte de la perspectiva y el último término entre la ilusión y la realidad.

Louis-Jacques-Mandé Daguerre, inventor del Daguerrotipo fue el autor de este novedoso y exitoso espectáculo.

Sobre las cuatro fuentecillas del Paseo del Prado diseñadas por Ventura Rodriguez, debemos admitir que casi nadie de los que pasamos a su lado nos fijamos en ellas. Como merece la pena que les dediquemos un poco de atención, es mejor que no aportemos ninguna dirección de internet y así la próxima vez que pasemos junto a ellas tendremos la curiosidad de descubrir por nosotros mismos si es verdad que en función de la hora del día en que se observen presentan caracteres distintos.

Nos adentrarnos en la calle de La Alameda resultándonos difícil imaginarla con una hermosa arboleda. Pero esa es la razón de su actual nombre desde 1769, en el que Antonio Espinosa de los Monteros la refleja en su plano de Madrid. Aunque en el plano de Madrid de Texeira de 1656 aparece su trazado con el nombre de Ntra. Señora de la Leche.

Perpendicular a esta calle nos encontramos con la calle del Gobernador que sorprendentemente no está dedicada a un buen gobernante, todo lo contrario.

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Siguiendo la calle Alameda a nuestra izquierda sale la calle Cenicero que correrá paralela a la calle Alameda hasta terminar en la calle Atocha. El nombre de esta calle está dedicada a la ciudad muy humanitaria de Cenicero, en La Rioja.

En esta calle se encuentra el sorprendente edificio de Caixa Fórum que ocupa la antigua sede de la Unión Eléctrica Madrileña y su bonito jardín vertical que adorna este moderno entorno.

Antes de continuar por la calle Alameda, visitamos La Bodega de los Secretos en la calle de San Blas nº 4, a espaldas de la calle Atocha 111. Actualmente es un restaurante que gracias a sus propietarios conserva en sus sótanos seguramente la única bodega de estas características que se conserva en el centro de Madrid. Es uno de esos tesoros ocultos y abandonados que nos recuerda la importancia que tuvo en Madrid la industria del vino desde la Edad Media. La restauración de sus pasadizos y espacios donde se almacenaban las antiguas tinajas pudo llevarse a cabo con tanto acierto porque en Arévalo aún existe una fábrica artesanal de ladrillos que sigue fabricándolos a la antigua usanza.

Sabemos que en 1897 Melchor Vega era el dueño de una tienda de vinos en el nº 139 de la calle Atocha, establecimiento que estaba abierto desde 1875. Ese año don Melchor solicitó al Ayuntamiento una licencia para continuar el negocio, que le fue concedida. A las puertas del siglo XX, allí se seguía vendiendo vino. La bodega contaba con todas las oficinas necesarias para la elaboración de vinos y una gran cueva de cañones seguidos con sus útiles para la colocación de las tinajas que sirven para la conservación de los vinos. Así consta en la escritura firmada en 1921 por un representante de la Congregación de San Felipe Neri conservada en el Archivo General de Protocolos.

Esta Congregación repartían cenas y vino a los enfermos del Hospital iguales a las suyas, así como bizcochos y vino tinto a los enfermos que por su total inapetencia, no hubiesen cenado.

Actualmente derribadas las casas antiguas de esta calle que tenían un máximo de dos plantas, se construyeron los edificios que han llegado hasta nuestros días. El de la calle de Atocha 111, y fachada posterior a la de San Blas se encuentra el realizado por el arquitecto Emilio Antón Hernández. La cornisa de este nuevo edificio fue adornada con la imagen de San Felipe Neri, en memoria de esta hospitalaria Congregación.

Encontrándose muy cerca las calles del Dr. Drumen y la del Dr. Mata, nos contó el Dr. Aboy el siguiente chascarrillo:

“El doctor Mata, médico y poeta del siglo XIX, tenía como vecino a uno de los poetas románticos más bohemios y juerguistas: Bretón de los Herreros. A menudo, los amigos de Bretón iban a buscarlo a altas horas de la madrugada y se equivocaban de puerta, llamando al timbre del honorable médico. Mata, harto de que le perturbaran el sueño, colocó un cartelito en la puerta del edificio, que decía: “No vive en esta mansión ningún poeta bretón” .

A lo que Bretón contestó con otro cartel que rezaba así:

“Vive en esta vecindad, cierto médico poeta, que al final de la receta firma Mata y es verdad”.

Festejando tan divertida ocurrencia alcanzamos la Glorieta de Atocha o Plaza de Carlos V, donde la mayoría de los asistentes recordaron con nostalgia la “estación del Mediodía”. Actualmente transformada en Jardín-Invernadero y en un adjunto y modernísimo edificio, se encuentra la estación del AVE.

Igualmente acude a nuestra memoria el famoso Scalextric que durante unos cuantos años ocultó la fuente que diseñó el arquitecto municipal Herreros Palacios.

En la remodelación actual la fuente que adorna esta plaza es una copia de la Fuente de la Alcachofa diseñada por Ventura Rodríguez por orden de Carlos III para embellecer el conjunto del Salón del Prado, siendo instalada en la antigua Puerta de Atocha hasta 1847 en que se la trasladó a los Jardines del Retiro donde se sigue encontrando hoy día.

El Palacio de Fomento es un edificio situado en la Plaza del Emperador Carlos V. Fue construido en la década de 1890, con proyecto del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco. El solar estaba destinado en origen a la Facultad de Ciencias y Escuela Central de Artes y Oficios y de Comercio, pero el proyecto fue desestimado. Aunque inicialmente albergó la sede del Ministerio de Fomento así como la del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, en la actualidad es la sede del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.

El conjunto de La Gloria de los Pegasos del escultor Agustín Querol coronaba la fachada principal de este edificio. Su colosal tamaño se componía de tres esculturas en mármol de Carrara, La Gloria (una victoria alada junto a las alegorías de la Ciencia y el Arte), y a ambos lados de ella, dos Pegasos acompañados por figuras humanas que simbolizan la Agricultura y la Industria (izquierda) y la Filosofía y las Letras (derecha).

Los daños sufridos en la Guerra Civil y las inclemencias ambientales deterioraron seriamente este conjunto y en la década de los setenta hubo que sustituir la obra de Querol por una copia exacta realizada por Juan de Ávalos en bronce y utilizando esta vez, la técnica del vaciado.


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El edificio que alberga el Museo Nacional de Antropología fue nuestra última parada. Lo financió íntegramente el Dr. Pedro González de Velasco, contratando para ello los servicios del arquitecto Marqués de Cubas. Éste fue el primer edificio que se construyó al sur de la tapia de los jardines del Palacio del Buen Retiro que aún se conserva hoy aunque cortada por la calle Alfonso XII. Cerca estaba el Olivar de Atocha, junto al antiguo camino del santuario entonces extramuros de Nuestra Señora de Atocha y al pie del Cerrillo de San Blas, sobre el que se alza el Real Observatorio Astronómico. No existían ni la calle Granada, hoy Alfonso XII, ni el Ministerio de Agricultura, ni la Estación de Atocha, tan sólo existía un apeadero.

El rey Alfonso XII inauguró el entonces llamado Museo Anatómico en el año 1875. En aquel momento las colecciones estaban formadas por objetos pertenecientes a los tres “reinos” de la naturaleza, mineral, vegetal y animal, y muestras de antropología física y teratología, así como antigüedades y objetos etnográficos, por lo que podía considerarse como un típico “gabinete de historia natural”. Pronto se incorporaron también los restos de un personaje que sigue siendo aún hoy uno de los “iconos” del museo: Agustín Luengo, el Gigante Extremeño.

Tras su muerte, acaecida en 1882, su viuda y su discípulo el doctor Pulido negociaron con el Estado la venta del edificio y todas sus colecciones, cosa que finalmente sucedió en 1889.

Una vez accedimos a su interior y vimos al “famoso gigante”, nos dispersamos. Cada uno de nosotros elegimos qué ver con más o menos atención y según nuestros gustos y criterios.

Cerca de las dos de la tarde, el hambre ya acechaba y un nutrido grupo de asistentes acudimos a un restaurante cercano donde un camarero agraciado con el escasísimo don de la paciencia, tuvo a bien servirnos los platos elegidos, sin abandonar el buen humor y una agradable sonrisa.

Esto es lo que dio de sí la penúltima visita de este ciclo, ¡¡ que no es poco!!

En la próxima y última, nos vemos amigos.

Maria del Carmen del Olmo Segura