El corsé salvó la vida de la Reina, Nº5
El cura Martín Merino no logró matar a Isabel II porque el estilete chocó con el bordado de oro de su manto y con las ballenas del corsé.
Postal del atentado del cura Martín Merino contra Isabel II en las galerías del Palacio Real
Una y cuarto de la tarde del 2 de febrero de 1842. Hacía un mes y medio que la Reina Isabel II había dado a luz a la mayor de sus hijas, la Princesa de Asturias, y siguiendo la tradición se disponía a asistir en la Iglesia de Atocha a la llamada «misa de parida» para dar las gracias a la Virgen por el feliz alumbramiento.
Cuando caminaba por una de las galerías del Palacio Real, que en aquella época solían estar muy concurridas, un clérigo se le acercó y se arrodilló ante ella. Parecía que iba a pedir o entregar algo a la Reina, pero sus intenciones eran otras. El cura, que aquella misma mañana había celebrado misa, sacó un estilete de unos 20 centímetros que escondía en su sucia sotana y lo clavó en el pecho de Isabel
El hombre, que se llamaba Martín Merino, fue detenido inmediatamente por la Guardia Real mientras la Reina era llevada en volandas a sus habitaciones. El marqués de San Gregorio, médico de Cámara, le aplicó los primeros auxilios, pero mandó llamar al cirujano de Palacio, doctor Melchor Sánchez de Toca. La Familia Real tenía puesta toda su confianza en este médico, el único que fue capaz de prever el desenlace mortal del general Prim tras el atentado que le costó la vida.
Toca llegó rápidamente a Palacio y, en cuanto revisó las heridas de la Reina, comprobó que apenas tenía una incisión de unos 15 milímetros de anchura a la altura del hipocondrio derecho. El estilete no había conseguido penetrar en el pecho de Isabel II. Había sido frenado por el grueso bordado de oro del manto que lucía la Reina y por las ballenas del corsé que llevaba bajo su vestido. Antes de que se inventara el plástico, los corsés que estilizaban la figura femenina llevaban unas varillas de barbas de ballena (láminas que utilizan estos animales para alimentarse), ya que son extremadamente flexibles, resistentes y duraderas. A pesar de que la herida no parecía muy grave, el doctor Toca no se sintió tranquilo y pidió que le prepararan inmediatamente un coche con los caballos más veloces de Palacio para realizar una visita urgente.
El médico se trasladó a la cárcel y exigió ver al cura Merino. «Dime sin rodeos con qué veneno o ponzoña has impregnado el puñal», le espetó. Y el clérigo le respondió: «Torpe de mí, se me olvido ese detalle». Era verdad, la Reina no había sido envenenada y se recuperó al poco tiempo.
Cuatro días después de intentar asesinar a Isabel II, Martín Merino fue ejecutado en el Campo de Guardias (actuales calles Bravo Murillo e Islas Filipinas), y tanto su cadáver como sus pertenencias fueron quemadas para evitar cualquier exaltación de su persona.
La Reina quiso agradecer que tanto ella como su hija hubieran salido indemnes del atentado y mandó construir el Hospital de La Princesa, que cinco años después abrió sus puertas.