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Antecedentes Personales

Corría septiembre de 2001. Estando de guardia en La Paz, alguien me dice que me ponga en contacto con el actual responsable del servicio de Anestesia, el Dr. Fernando Ramasco. Hablamos y me cuenta.

  • Fernando, tocayo, en La Princesa quieren contratar a un vascular.
  • Pero si no hay servicio de Cirugía Vascular. Son cirujanos cardiacos.
  • Ya, pero quieren un vascular incorporado al servicio de CCV.

Ramasco y yo habíamos sido compañeros de residencia en La Paz y a él lo habían contratado unos meses antes en La Princesa. Ese nexo propició una carambola laboral con la que jamás había contado. Al contrario que hoy, en la especialidad de Angiología y Cirugía Vascular, no sobraba el trabajo. Yo tenía ya tres hijos y surfeaba como podía entre contratos de guardias, sustituciones de bajas y privaditas de tercera división. Lo de La Princesa era una oportunidad incipiente de mínima estabilidad, pero a priori tenía un enorme gato encerrado: un avispero de cirujanos cardiovasculares.

La Princesa fue el penúltimo servicio de Cirugía Cardio(vascular) que se mantenía en Madrid ofreciendo una cartera de servicios, que desde 1978, era propia de la especialidad de Angiología y Cirugía Vascular. El “Vascular Periférico” lo llamaban los cardiacos. Una atención rudimentaria, pero eficaz, de alta calidad y tremendamente meritoria que prestaba “la sección vascular del servicio”, los doctores Antonio Lozano, José Manuel Nuche y, el jefe de la sección, El Dr. José Melón Mayoral.

Anamnesis y exploración clínica

El día que conocí a Pepe Melón, se despejaron todas mis dudas. Acepté el puesto de inmediato. En menos de quince días, salí de La Paz, mi casa madre, (lo que llaman ahora la zona de confort), y me planté en La Princesa. Era un camino curvo, plagado de inseguridad, pero allí estaba Pepe Melón, encantado de tener un compañero más, contagiándome una ilusión adolescente con sus ojos vivaces y su sonrisa eterna. Sencillamente, me adoptó. De forma incondicional.

Pepe, como el cometa Halley, fue uno de esos sucesos extraordinarios, que suceden una vez cada sesenta y tantos años y que, fortuitamente, cruzan nuestro camino. Su ejemplo trascendió, para mí, mucho más allá del ámbito laboral. Era un profesional curioso e inquieto. Siempre a la última. Lo había vivido todo en cirugía cardiaca y vascular. Yo escuchaba embobado su anecdotario sin fondo. Había sido discípulo dilecto del pionero español de la Cirugía Cardiovascular, el Dr. D. Ernesto Castro Fariñas, al cual me presentó y con el que tuve la inmensa fortuna de charlar en un par de ocasiones. Pero Pepe era más cosas.

Poseía una enciclopédica y vasta cultura de lector ávido que, lejos de envanecerle, destilaba prudencia y educación infinitas. Era respetuoso, discreto y humilde, dueño de un alma exquisita. Amaba el léxico y sus variantes, coleccionaba vocablos raros y olvidados e inventaba palabras sin querer, llenas de sentido y de acierto. Sonrío al pensar que aún guardo con cariño el esbozo de un diccionario meloniano-español.

Su creatividad no se paraba en palabras. Como el cirujano largo y cualificado que era, también inventaba variantes de técnicas quirúrgicas. Preparó válvulas biológicas porcinas mediados los años sesenta cuando la industria no las fabricaba todavía. A finales de los noventa fue de los primeros en indicar el uso de las endoprótesis en el tratamiento de los aneurismas de aorta. Probó con la arterialización venosa distal en las isquemias críticas. Y más cosas que es imposible glosar en este texto. Siempre buscando alternativas para sus pacientes, que lo adoraban por su trato directo, transparente y auténtico en una época en la que los médicos mirábamos a los pacientes a los ojos y no a la pantalla de un ordenador.

Era un filósofo incansable. Siempre perseguido por la duda existencial, proclamaba la incertidumbre como la más sólida certeza. Su condición de diletante ejemplar, aficionado a varias artes y disciplinas del saber, hizo que cantara en el coro del hospital, que frecuentase el Auditorio Nacional para saciar su melomanía, que no se perdiera ninguna nueva exposición o acudiese presto, al jubilarse, a inscribirse como socio del Ateneo de Madrid. Adjetivos como sabio y renacentista le cuadran sin riesgo de ser ampuloso o hiperbólico. (Ahora mismo estoy recordando una de nuestras últimas conversaciones “lúcidas” acerca de sus investigaciones sobre el autor de esa “paloma” abstracta que decora el suelo de los vestíbulos de todas las plantas del hospital. Esa Princesa que tanto amaba y que fue, literalmente, su casa, en la que vivió durante varios años como médico interno, en los primeros sesenta.

Juicio Clínico

Pepe Melón murió ayer, en paz. Fue aguijón, espuela e influencia capital de muchos aspectos de mi vida profesional y personal. Un tutor, un formador, un Maestro y también una llama que iluminó los recodos oscuros del camino. Tengo el honor, el privilegio y, sobe todo, el placer de haber compartido con él el otoño de su vida profesional y veinte años más de amistad impagable y sin condiciones. Me honro en llamarme su discípulo.

Fernando Ruiz Grande
13 de septiembre de 2025